Plegaria de Santo Domingo
Un Cristo de sangre derramada y muerte consumada. Negrura sobre negro en la tristeza del mundo. Silencio desgarrador ante la más grande tragedia sucedida. Tiempo y fin. Milagro de cedro en realidad muerta. Que no silbe el viento en el monólogo de álamos ascendentes que lloran. Se trata del camino abierto hacia una espiga en paz y una espadaña sin campanas. Sueños sin despertares y sueños comprometidos de Redención. Los sembrados de marzo en un Cristo que ya no siente.
Dame tu mano, mi Cristo, para saber que alguna vibración de futuro hay en Ti. Que Tú, camino abierto, adiós definitivo, no rompa mi fe en la continuidad de una víspera. Es momento de recogimiento y silencio. Cruz vacía de alma con un cuerpo desgarrado e irreconocible. Fluir de sangre apelmazada en un cauce fluvial que pasa lentamente. La tristeza flota en el ambiente y el sin fin de las cosas se adueña de las dudas.
Ahora que no te veo y no te encuentro, que el sol ya no alumbra y las aves, las plantas y los mares se derrumban, sin ningún eco, sin ningún timón, vuelvo a Ti. Ahora que la negación es fácil y la vergüenza humana no se puede ocultar. Ahora, mi Cristo, te necesito más. Para saber de tu hacer, para saber de tu evangelio, para sentir el escalofrío de tu regreso. Una Cruz ya sin vida. Ahora es cuando más te necesito y cuando, Tú, tienes que estar aquí.
La tormenta anuncia la continuidad de una almena en tiempo de zozobra y derrumbe. Conquistas de almas a las que siempre tendremos que recurrir.
La tarde avanza en pesar. Se oscurece, se entristece, entre álamos, cipreses y silencios. Se espera la noticia de un Gólgota ensangrentado de dolor y Angustias. Un Gólgota sin quejas, sin aliento, sin apenas presencia, manos con clavos mortíferos, sensaciones de amargura y vida vacía en sublime holocausto.
La jornada vencida y Tú, Cristo, pasea tu ejemplo sin mirada directa, envuelta en la fragancia y suavidad de los lirios.
Tus hermanos te llevan con amor sublime hacia la definitiva historia de un adiós inapelable. Costaleros del alma en retahíla de esfuerzo y oración por San Francisco, Carreras y Orgaz. “Quintas” de muerte en amor de primera. Tú, mi Cristo de San Pedro, te haces campesino bronceado al amparo del más fuerte sol del año. Te haces dueño y te haces pueblo. Los campos sepias duermen, las coplas se derraman y tú abrazas las murallas de una Jerusalén, ya olvidada, que espera a un “Lázaro” posado en tu hombro para seguir escribiendo la historia de la fe y de la vida.
Lágrima y candor. Angustias sin retiro en esta lontananza de lugar que presume de Ti y de tu presencia sublime.
Acompañamos a tu Madre Angustias seguidora tuya, fiel hasta la muerte. Afligida, en su humedad última de pañuelo, sin lágrimas ya por tanto río desbordado.
Viernes Santo en Marchena. Luto de San Pedro y Angustia de madre atormentada que no quiere saber más de sufrimiento. Pasión, bóveda de Santo Domingo, faro de un escenario cuidado en el fervor de hermanos que sintieron el escalofrío de la “Muerte” de Dios como suya y propia.
Cristo mío, San Pedro de mi Pasión, rocío de mis dudas, entresijo de mis pensamientos, alertas de mis afanes, firmamento de mis Angustias. Ante Ti, Cristo mío, ofrezco mis vértigos de sombras y mis clamores de muerte.
A Ti, Cristo mío, te doy mi hora y mi afán. En el Santo Domingo conventual, siempre estaré contigo, mi Cristo, mi Cristo sufrido, Cristo de mis pesares, Cristo de mis rogativas, Cristo de mis amores, Cristo de mi vida.
¡Mi Cristo San Pedro muerto!
Del pregón de Semana Santa 2008 pronunciado por D. Luis Jiménez Gavira