El paso del Stmo. Cristo de San Pedro
Desde esas primeras procesiones penitenciales pretridentinas, cuya comitiva era cerrada por un crucificado de pequeñas dimensiones portado por un sacerdote, o sobre parihuelas que igualmente eran llevadas por cuatro clérigos revestidos con ternos litúrgicos, hasta llegar a la ingente maquinaria barroca de los pasos procesionales que hoy podemos contemplar, las andas procesionales han experimentado una evolución paralela a los cambios sufridos en el cortejo procesional fieles, entre otras circunstancias, a los cambios de mentalidad religiosa, corrientes artísticas y situación económica de las hermandades.
En este apartado vamos a centrar nuestro interés en una etapa de brillante transición. Trataremos de analizar brevemente la evolución del paso del Santísimo Cristo de San Pedro en la pasada centuria, período en el que nos ha sido posible hacer un seguimiento de sus modificaciones, merced a las fuentes gráficas y documentales existentes.
El paso en el siglo XIX
Sin duda alguna característica más importante del paso procesional del Cristo de San Pedro ha sido durante siglos el uso del dosel, aditamento que perduró en su iconografía a través de los tiempos y sobrevivió a modas y corrientes estilísticas. Sin embargo, frente a este mantenimiento, también sufriría este altar itinerante importantes cambios; entre ellos, el más significativo sería la supresión en la segunda mitad del siglo XIX de otro elemento característico cargado de un rico contenido ideológico: la peana o piña, tal y como se le conoce dentro del argot local, la cual daba al paso un carácter más regio, le comunicaba un significado pleno de trono y por tanto le otorgaba a la imagen procesional la caracterización de majestad.
Seguramente desde mediados del siglo XIX, hasta principios del siglo XX, y a pesar de los cambios que sufriría, el paso del Santísimo Cristo de San Pedro estaría compuesto por unas sencillas andas donde el adorno no era un fin en sí mismo, sino que cumplía una estricta misión, perfectamente jerarquizada. De planta cuadrada y menor altura que la actual, estaba formado por dos cuerpos, canastilla, y piña. Carente de respiraderos, presentaba en lugar de éstos, cinco sencillas y funcionales maniguetas realizadas en madera policromada que asomaban en el frontis y trasera del paso.
La canastilla que poseía a finales del siglo XIX, presentaba perfiles rectos y sencillos, estaba realizada en madera tallada y dorada formada por moldurones mixtilíneos que enmarcaban una composición vegetal. Sobre sus esquinas achaflanadas, en cada una de las cuáles aparecían rosetones tallados, descansaban candeleros metálicos de guardabrisas. En el frontal, medallón que albergaba dentro de una orla tallada un corazón con tres clavos rodeado de la corona de espinas, emblema de la corporación.
En la piña, de estilo rocalla con incrustaciones de espejos, aparecían cuatro cabezas de querubines, estando todo el conjunto contorneado de los apóstoles en aptitud sedente.
A mediados del siglo XIX es suprimida del conjunto procesional, y por tanto toda la superficie existente entre la cruz y el borde que formaba la canastilla es ocupada por un idealizado locus calvanáe compuesto por trozos de corcho vegetal de encina, entre los cuáles existía una ausencia total de flores, fieles a las rúbricas de la Iglesia Católica que prescribían para los días cuaresmales y, en especial para los días del Tríduo Sacro, una austeridad total en el exorno e altares.
Años más tarde, a principios del siglo XX, el paso es suplementado en su altura, se le incorporan unos sencillos respiraderos tallados de tratamiento recto, cuya traza poco tenía que ver con la canastilla, realizados a base de tallos vegetales y roleos contorneados de moldurón bajo los cuáles, y cubriendo las parihuelas, aparecerán faldones de terciopelo carmesí galoeados de oro.
Aunque todavía harto liviano el exorno oral, entre los corchos que forman el monte, comienza a intercalarse espaciadamente flores silvestres recogidas por los mismos hermanos, generalmente lirios de color morado, brezo o Flor de Santa María, llegando incluso a ser utiliadas flores contrahechas o confeccionadas con telas.
Un nuevo paso
Este paso no debía satisfacer las aspiraciones de la Hermandad y en el año 1941 Labra el escultor José Sanjuan en la sevillana calle de la Alhóndiga un nuevo paso para el Cristo de San Pedro, de dimensiones superiores al existente, y de mayor también, categoría Artística.
Su traza, fruto de una acusada evolución donde se pierden fragilidad y delicadeza
pero se gana en suntuosidad, tendría clara inspiración en el canasto diseñado por Joaquín Díaz y tallado por Ricardo Reguera en 1881 para el misterio de la Hermandad de las Siete Palabras. Su canastilla y respiraderos con líneas de pleno sabor decimonónico y estilo romántico, responden al estilo de la escuela neobarroca sevillana. Será un paso con desarrollo profuso de hojas de acanto que se disponen de modo simétrico, combinadas con racimos florales y frutas, todo ello resaltado sobre filetes moldurados exentos de decoración vegetal.
Su canastilla seguirá líneas rectas, sin contorno elíptico alguno será presidida en cada uno de sus lados por relieves plúmbicos que representaban historias evangélicas. En sus esquinas podían apreciarse tondos con motivos pasionistas (palangana, columna y azotes, caña e hiposo y tenaza y martillo), entre los cuáles aparecen pequeñas cabezas aladas de querubines. Igualmente le fueron incorporadas cresterías sobre el brocel formadas por una venera central y hojas de acanto a sus lados, así como sobre sus ángulos, esbeltos candeleros de guardabrisas de cinco luces.
El paso actual
Según lo descrito permanecerá hasta 1966, año en el que el dorado del paso se haya ya en un estado pésimo. Aprovechando su estancia en Sevilla con motivo de la precisa restauración, Manuel Domínguez y Antonio Díaz sobre las sinuosas maderas del canasto y respiraderos, añaden nuevos tallados, modificando gran parte de la canastilla y aumentando sus dimensiones.
Se muestran en el centro de cada uno de los cuatro lados de que se compone la canastilla y sustituyendo las anteriores, cartelas ovales revestidas de profusas hojas, figurando en ellas relieves con escenas de la Pasión (Oración en el huerto, Coronación de espinas, Flagelación y Caída) que junto al misterio de la crucifixión que preside el paso, forman los cinco misterios dolorosos del Santo Rosario.
En sus chaflanes, donde antes de la restauración aparecían tondos con atributos de la Pasión, se incorporan las bellas imágenes sedentes, estofadas y policromadas de los cuatro evangelistas, cobijadas bajo edículos soportados en su parte exterior por columnas salomónicas. En el año 1981 Manuel Domínguez aplica esta misma composición, aunque suprimiendo los edículos, en el misterio del paso sevillano del Buen Fin, con unas imágenes del mismo formato y estilo que claramente nos recuerdan el tetramorfos de este paso. En el centro de sus costados se colocan dos jarrones de madera tallada, destacando en la delantera dos esculturas de ángeles llorones de mediados del XVIII.
En el centro de sus respiraderos aparecerán, cartelas ovaladas dentro de orlas talladas, siguiendo un esquema emblemático. En el frontal, al igual que en sus antiguas andas, el escudo de la Hermandad. En la trasera un idealizado escudo de Marchena, también pudiéndose reconocer como de los Ponce León, antiguos patronos de la Iglesia. A ambos lados, la cruz bicolor dominica y las tres flechas símbolo que identifica a San Sebastián Mártir, titular de la Parroquia y Patrón de la villa de Marchena.
Los candeleros de guardabrisas sustituidos por otros de siete luces, adaptándose nuevas cresterías de gran tamaño que vendrán a sustituir a las anteriores.
Destacando dentro de este refulgente conjunto aparecen maniguetas talladas de tono caoba que emergen de sus respiraderos, cuyas esquinas angulares se disponen cuatro gigantes composiciones a base de carnosas hojas de acanto, cuya función de cantoneras lejos de ser simplemente funcional adquiere ellas una segunda misión bellamente decorativa.
En 1987 Antonio Díaz realiza dos candelabros de guardabrisas de tres luces que vendrán a sustituir, en los costados, los dos jarrones existentes, ganando el conjunto en elegancia. El resultado de todo este desarrollo, el paso del Santísimo Cristo de San Pedro tal y como hoy se concibe, presea procesional bello exponente de la escultura neobarroca sevillana.
Archivo Hdad.(Boletín nº 26)
VICENTE HENARES PAQUE